El antiamericanismo podría definirse como la oposición u hostilidad hacia el gobierno, la cultura o los ciudadanos de Estados Unidos. Alrededor del mundo, el antiamericanismo cobija una amplia gama de actitudes, pensamientos y acciones críticas hacia el país. La aplicabilidad del término es tan amplia que su presencia en todo debate es siempre objeto de disputa.
El concepto forma parte del lenguaje político desde mediados del siglo XX, aunque sus raíces históricas se remontan al siglo XIX. El sentimiento hostil hacia Estados Unidos, y hacia todo lo que de aquí viene, pocas veces es la consecuencia de una evaluación racional de sus políticas específicas. El antiamericanismo más sonoro e instalado en todo el planeta tiene su origen en un difundido compuesto de creencias y prejuicios estereotipados que viajan de boca en boca con escaso conocimiento histórico.
De acuerdo con las investigaciones más serias sobre el tema, casi el 80% de los estadounidenses interrogados considera que la riqueza y el poder de su país son la causa de la aversión que expresa una parte del mundo. La contracara, expresada por las mismas investigaciones, es la opinión del resto: el unilateralismo de la política exterior, el marcado egoísmo de su proceder económico y su nacionalismo agresivo y arrogante, se ubican en la cima del ranking a la hora de explicar la verdadera razón de la hostilidad hacia Estados Unidos.
Las acciones de gobierno de la administración de George W. Bush contribuyeron a consolidar una opinión general que, si bien ya estaba instalada en décadas pasadas, llevó el nivel de antiamericanismo de esa época al sitio más elevado de la historia.
Observando la realidad pura, y aunque sus habitantes se obstinen en no hacerlo, las intervenciones militares de Estados Unidos desde 1890 a 2007 suman la exagerada cifra de 139 acciones bélicas en 57 lugares distintos del mundo, récord absoluto no superado por ninguna otra potencia mundial. Otro motivo de peso en el crecimiento de la corriente antiamericana es la constante oposición de Estados Unidos a todas las iniciativas de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) tendientes a crear un marco jurídico-institucional mundial: Convención sobre la infancia (1989), el Tratado sobre la prohibición de minas antipersonales (1990); la inclusión del derecho a la educación, al trabajo y a la ayuda sanitaria entre los derechos humanos (años 1982 y 1983); la declaración sobre el derecho a una alimentación correcta (1999) y la campaña contra la Corte Penal Internacional (1998-2002). Su constante oposición al Protocolo de Kioto y su pretendida sustitución por mecanismos jurídicos que permitieran al país aumentar su capacidad de polucionar el medio ambiente contribuyen a consolidar una posición extremista: Estados Unidos contra el resto del mundo. El liderazgo en la práctica de sanciones a terceros países –sólo en 1998 las impuso a 75 naciones que representan el 52% de la población mundial– completan un panorama que explica en parte el sentimiento antiamericano.
Pero con la llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos el mundo entero pareció confirmar sus peores temores. Según una encuesta del Pew Research Center, hecha en 22 países, la confianza en el presidente de Estados Unidos pasó del 70% en 2013 al 28 % en 2018, mientras que el porcentaje de personas que ven a Estados Unidos como una amenaza aumentó del 25 al 45%.
Otra encuesta reciente, hecha por YouGov en Alemania, reveló que la mayoría de los alemanes ven más peligroso a Trump que a Kim Jong Un de Corea del Norte, Vladimir Putin de Rusia, el ayatolá Ali Khamenei de Irán y Xi Jinping de China juntos.
Y no son solo las políticas de Trump las que hacen a Estados Unidos cada vez más impopular. Su desagradable comportamiento, sus constantes mentiras, sus amenazas, sus insultos, los tuits abusivos, su racismo. su insensibilidad y su arrogante ignorancia no hacen más que consolidar muchos estereotipos que alimentan el sentimiento antiamericano en el mundo.
“Necesitamos un presidente que no sea el hazmerreír del mundo entero”, tuiteó Trump en 2014. Con él en el poder ha logrado exactamente lo contrario. Su ignorancia manifiesta ha provocado la risa y la burla de jefes de estado, diplomáticos, científicos y académicos de todo el mundo.
Trump hizo 30.573 afirmaciones falsas o engañosas como presidente, según la investigación del Washington Post. Incitó a una turba a tomar el Congreso para impedir el acto de confirmación de Joe Biden como presidente electo. Se mostró insensible frente a la muerte de más de 400.000 estadounidenses por covid-19 y ha castigado cruelmente a cada funcionario que ha osado mostrar una disidencia con sus incomprensibles decisiones.
El daño que Donald Trump le ha hecho a la imagen de Estados Unidos tardará décadas en repararse.
Estados Unidos se debe, y le debe al mundo, un nuevo compendio de muestras de respeto por la autonomía de los pueblos, por los vapuleados derechos civiles y fundamentalmente por la vida. Y el mundo le adeuda a Estados Unidos una revisión del facilista camino de la crítica anclada en estereotipos. Es de esperar que ésta sea la asignatura que no dejará pendiente el próximo presidente. La convivencia solo es posible cuando se construye sobre la base de la verdad y el respeto.