¿Hay cosas que odio de Miami? Por supuesto que sí. Pero son muchas más las que amo. O acaso no tienen todas las cosas más de una faceta? Odio el tráfico en Miami. Odio el comportamiento anárquico de muchos maleducados que están convencidos que tienen mas derechos que sus semejantes. Odio la prepotencia de algunos policías y odio la obscena certeza que algunas personas tienen respecto de que su abultada cuenta de banco los convierte automáticamente en una raza superior de seres humanos. En algunos lugares del mundo la educación y el ingreso van de la mano y eso suele hacer el comportamiento mas previsible. Bien, Miami no es uno de ellos. Pero cuando me levanto en la mañana y la CNN transmite en vivo su cotidiana tormenta de nieve en alguna ciudad del norte del país mientras yo miro nuestros 75 grados de un día soleado mi estado de animo agradece vivir aquí. Cuando cruzo cada mañana alguno de los puentes sobre la Bahía de Biscayne, no puedo evitar decir para mis adentros, que bello es este lugar. Cuando se me ocurre cenar a las 10 de la noche en un restaurante un miércoles, siempre hay uno que mantiene su cocina abierta hasta mas tarde. Personalmente creo que a una ciudad la hacen sus habitantes. Mas específicamente el comportamiento de sus habitantes. Miami es una ciudad joven donde la enorme mayoría no es de aquí. No ha nacido aquí. Vienen de otros estados, y también de otros países. Algunos cercanos, otros muy lejanos. Esa mezcla de hábitos y culturas, de objetivos personales, de carencias vividas en sus lugares de origen, hacen que Miami sea lo que es. La educación es para mi el aspecto mas importante de una persona. Y me refiero no solo a su formación académica sino también a la consagración del respeto por el otro. El reconocimiento de que el otro existe, y que tiene los mismos derechos que uno. Eso hace al comportamiento social. Y en Miami a veces es muy notable esa falta de educación. Las cosas que a uno le molestan suelen ser mas visibles que las que a uno le agradan, porque irritan y fastidian. Pero la realidad es que ese detestable comportamiento también puede verse en Nueva York, Los Angeles y en muchas otras ciudades del país. Tal vez manifestado en situaciones diferentes, con comportamientos diferentes, pero sin duda con la misma raíz: la falta de respeto hacia los demás. Mucho se habla en esta ciudad de la responsabilidad de la influencia foránea en el mal comportamiento de algunas personas. Pero creo que esa visión no hace mas que dividir y estereotipar a los diferentes grupos étnicos que viven aquí. Personalmente prefiero tener una mirada transversal donde la segmentación puede agrupar personas con educación o sin ella. Personas respetuosas o irrespetuosas. Porque en esos grupos hay individuos de toda nacionalidad y cultura. La falta de educación no tiene fronteras. Hace pocos días, esperando dentro de mi auto en una muy extensa línea de autos en el carril para girar a la izquierda, un señor en un auto de alta gama con actitud prepotente cruzó su auto delante del mío para ingresar en la fila. Yo acerqué mi auto cerrando su paso y quedando a su par. Entonces bajé el cristal de la ventana y le pregunté qué le hacía pensar que él tenía derecho a no esperar su turno cuando todos nosotros sí lo hacíamos. Lejos de avergonzarse, o disculparse por su atropello me insultó groseramente. Yo pienso que su educación – o la falta de ella – no le permite reconocer a sus semejantes y seguramente entiende solo un lenguaje de premios y castigos. En cuyo caso pienso que la ciudad debiera proveérselo. Estas son las cosas que se ubican en el pasivo de mi balance cuando pienso mi vida en Miami. Pero cuando me siento en el césped del New World Center a escuchar la sinfónica rodeado de cientos de personas de múltiples orígenes y veo su predisposición a compartir en un marco de respeto absoluto, o cuando veo la gente haciendo obras de bien público, o dedicando tiempo para recaudar fondos para ayudar a niños carenciados en su educación, o cada día que cientos de personas a mi alrededor me ceden el paso, me saludan cortésmente o simplemente muestran interés por la vida del otro, entonces, mi balance se pone indudablemente en positivo.
Me gusta vivir aquí.