Bután es una tierra de gente feliz. Cerrada al turismo de masas –apenas se aceptan unos pocos miles de visitantes al año, que deberán solicitar su visa al tiempo que organizan su viaje con alguna de las agencias de turismo locales–. Las estadísticas señalan que Bután es un reino pobre, cuyo ingreso por habitante es de apenas 50 dólares. Pero la realidad visible es otra: los butaneses viven, en su gran mayoría, en el campo. Labran sus tierras, cuidan de su ganado y hasta en sus atuendos tradicionales lucen la bonanza en la que viven. El respeto al rey es absoluto; no hay mendigos, ni ancianos abandonados (pues el respeto a los mayores es total); las leyes se cumplen y la espiritualidad se palpa en el aire. Probablemente, según los mismos butaneses comentan, su confianza y amabilidad se base en que su pueblo jamás fue colonizado, lo que permitió que ellos mismos definieran su destino y modo de vida. Y, como dijo el actual monarca ante un foro internacional, el objetivo de su reinado no consiste en aumentar el producto bruto interno, sino la felicidad nacional bruta.
UN PAIS DE ENSUEÑO
Bután se emplaza en las tierras al este del Himalaya, limita al norte y noreste con el Tíbet y China y al este con la India. Parte del reino antiguamente conocido como Shangri La, este país del tamaño de Suiza, es un refugio único. Tierra de montañas, se divide en tres grandes regiones geográficas: las altas del Himalaya al norte, las colinas y los valles del centro –cubiertos por coníferas, bosques frondosos, monasterios y dzongs (fortalezas)–, y las colinas del sur –densamente pobladas por vegetación tropical y animales–, donde se practica la agricultura.
Los grandes valles de Ha, Paro, Thimpu, Punakha y Wangduephodrang son tierras de cultivo. Las poblaciones se recuestan al pie de las colinas; generaciones moran allí, conviviendo en grandes casas fabricadas con tierra apisonada. Las imponentes Black Mountains, cuyos picos se elevan majestuosos hasta alcanzar los 16.000 pies, forman un asombroso límite natural entre el oeste y el centro del país. El centro de Bután se divide en varios distritos, en los que se hablan hasta 19 diferentes dialectos. En el norte se emplaza Trongsa, el lugar donde se erigen los más impresionantes dzongs. Los cuatro valles de Bumthang, elevados a una altura de entre 8.530 y 13.000 pies, rodeados de campos pintorescos y bosques, además de sitios religiosos, son conocidos como el Corazón de Bután. El norte, a una altura superior a los 11.500 pies, es la zona de valles glaciales y prados alpinos. Allí viven los semi nómadas pastores de yaks de Lingshi, Laya and Lunana, al margen del resto de la población, y que viven del trueque y el comercio de mercancías. Como custodias del magnífico paisaje, están las eternamente nevadas cimas de las montañas Jhomolhari, Jichu Drake y Gangkar Puensum, que alcanzan los 23.000 pies de altura.
EL REINO DE LAS MARAVILLAS
A lo largo de su historia, los butaneses han vivido en total armonía con la naturaleza, adorando las bondades de la tierra, las montañas, los bosques y los ríos. Porque allí, según sus creencias, es donde moran los dioses. Considerado uno de los 10 sitios con mayor biodiversidad del mundo, aproximadamente el 72% de sus tierras está cubierta por bosques de temperatura y especies subtropicales. Su ecosistema es hogar para las más exóticas especies del este del Himalaya. Como en un paisaje de ensueño, conviven unas 770 especies de aves, 55 especies de rododendros, unas 300 especies diferentes de plantas medicinales y proliferan, casi como una plaga, las orquídeas.
MITOS E HISTORIA
Atrás en el tiempo –algunos dicen que en el siglo 2000 a.C, otros, en el 1500– habitaron en Bután algunos hombres que habrían sido seguidores de Bon, una tradición animista malaya, que dominaba la región. Hacia el siglo VII, el rey tibetano Songtsen Gampo ordenó construir gran cantidad de templos en la tierra que luego sería Bután. Aun cuando el budismo había llegado hacia el siglo II, no fue sino hasta la primera vista de Padma Sambhava o el Guru Rinpoché –en el siglo VIII– cuando tomó verdadera presencia en el país; tiempo después se popularizaría la variedad butanesa de este culto, llamada Drukpa Kagyup. Hacia el siglo XVI, el reino de Bután estaba fragmentado bajo la égida de diversos jefes locales. El arribo al poder de Shabdrung Ngawang Namgyal (1594-1651) terminó con la anarquía y unificó al país. Bután construyó su propia identidad cultural y religiosa; el monarca ordenó la construcción de dzongs y monasterios e ideó las costumbres y tradiciones de su pueblo. Durante los 50 años que duró su reinado, Bután fue un país sereno y próspero. A su muerte, la guerra civil oscureció los destinos de sus habitantes: durante siglos, diferentes facciones y luchas internas sembraron de conflictos los valles butaneses. En 1907, la elección de Ugyen Wangchuk –bajo la influencia británica– como el primer rey de Bután, señaló el retorno de la estabilidad política al país. A partir de su coronación se estableció la monarquía hereditaria constitucional como forma de gobierno; el actual monarca, Jigme Khesar Namgyel Wangchuck, es el quinto en la línea sucesoria. Es el primer hijo varón del anterior monarca butanés Jigme Singye Wangchuck y de la tercera esposa de este, Ashi Tshering Yangdon.
ARTE Y CULTURA
La mayoría de los butaneses viven en granjas y poblados remotos, en absoluta armonía con la naturaleza. La sociedad es igualitaria en sus apariencias: más allá del estrato social al que pertenezcan, todos visten del mismo modo. La vestimenta nacional oficial es distintiva, originaria de la época del primer Shabdrung. Finamente tejido con lanas multicolores, algodón o seda, el traje masculino se llama gho, y el femenino, kira. Sobre los vestidos suelen utilizar un toego, una suerte de chaqueta. Los atuendos se completan con medias y zapatos, o bien las tradicionales botas realizadas a mano. Todos en Bután visten utilizando las prendas reglamentarias para ocasiones formales, aun durante los horarios de trabajo. Una curiosa e ingeniosa iniciativa ha impulsado el diseño y la renovación de los vestuarios tradicionales dentro del país. Se trata de una competición, realizada todos los años, por iniciativa del Museo Textil de Bután. Esta competición estimula a los tejedores a diseñar y producir telas utilizando los colores de la temporada, con el fin de conseguir que los gho y las kiras se vuelvan más atractivos, especialmente para los más jóvenes. La carpintería, la herrería, el tejido, la escultura y la joyería –que confecciona adornos de coral, turquesa, perlas y ágata, delicada y artesanalmente engarzados en oro y plata– resultan un exótico y exquisito atractivo para los visitantes. Estas artes de transmisión milenaria continúan enseñándose en diversos institutos y escuelas del país, como modo de perpetuar las tradiciones estéticas y proveer al pequeño pero febril mercado turístico.
UN DESTINO IDEAL
Organizar un viaje a Bután requiere previsión y tiempo, ya que sólo se otorgan visas a los turistas que contratan su viaje con una de las agencias autorizadas. La aprobación del visado para Bhután es competencia del Consejo de Turismo. Hay que tener en cuenta que la solicitud solo se puede hacer después de que los viajeros paguen el costo total del viaje y las tasas del visado a través de un operador turístico. El gobierno de Bután establece tarifas fijas por turista –excepto para huéspedes de hoteles de lujo como Aman Resort–, que incluyen alojamiento, comidas, guías y transporte –vehículos o animales, según sea pertinente–, más un 35% que se destina a las arcas nacionales. Esta tarifa es de U$ 200 (en temporada alta, durante los meses de marzo, abril, mayo, septiembre, octubre y noviembre) y U$ 165 (en temporada baja enero, febrero, junio, julio, agosto y diciembre).
¿Qué es lo que vuelve tan atractivo a Bután ante los ojos de los viajeros que buscan nuevos desafíos? Desde los festivales (llamados Tsechus) que se desarrollan mes a mes, en diferentes distritos, y que permiten ahondar en la vida cultural y espiritual del país; las competiciones de arquería –el deporte nacional–, que reúnen canto, baile y una eximia demostración de pericia y habilidad en la construcción artesanal de las piezas; hasta la posibilidad de recorrer valles, pequeños pueblos y montañas en caminatas que pueden extenderse desde una jornada hasta 15 días. Si bien algunos de estos tours requieren un buen estado físico, los resultados son reconfortantes. La arquitectura característica de Bután es otro de los grandes atractivos. Sus antiguos dzongs, que retratan la histórica necesidad de defensa, se han convertido en todo un símbolo de la estabilidad y la seguridad de la nación. Hoy albergan a las autoridades religiosas y gubernamentales. Más de 2.000 monasterios, esparcidos a lo largo del territorio, trepados a las rocas más escarpadas, mantienen vivo el espíritu budista. Llegar a Bután es una recomendable experiencia. Desde el cielo se abre el paisaje de montañas azules, nieves blancas, vegetación fresca y miles de colores. Y al tocar tierra, el viajero percibe con todos sus sentidos que ha arribado a un sitio, de esos que le devuelven la fe en la humanidad. Bután es, sin dudas, una tierra extrañamente feliz.