Escribo este editorial en un día feriado. Esos feriados que aquí, en Estados Unidos, se celebran solo a medias. Supongo que saben que me refiero al 12 de octubre. Ese día que en el mundo se le conoce con por lo menos 10 nombres diferentes. El día de la raza. O el día de la hispanidad. O Columbus Day, Día de la Lengua Española, Día de la Resistencia Indígena, Día del Respeto a la Diversidad Cultural, Día de las Américas, Día de los Pueblos Originarios y del Diálogo Intercultural, Día de la Descolonización, Día de la Diversidad Cultural Americana y la lista continúa.
La realidad pura y dura es que en gran parte de los países, la mayoría de las personas lo único que celebran es la oportunidad de un fin de semana más largo que amerita una escapada, un recreo; un tiempo para el ocio o el placer bien alejados de cuestiones históricas.
Pero lo cierto es que la controversia acerca de los acontecimientos ocurridos como consecuencia de la llegada de Cristóbal Colón a América va adquiriendo, con el paso del tiempo, debates más profundos y retóricos. Un asunto que seguramente don Cristóbal jamás imaginó, mucho más si se tiene en cuenta que en realidad él zarpó con el objetivo de llegar a Japón. Caprichos de la geografía, de las corrientes, del viento y , porqué no, de la codicia de la corona. La cuestión es que la hazaña de Colón acabó por exterminar desde Alaska a la Patagonia – ya sea por la política de exterminio y sometimiento o por las epidemias que llegaron de Europa – al 95% de la población indígena en los 130 años que siguieron a nuestro celebrado 12 de octubre de 1492.
El escritor uruguayo Eduardo Galeano, ensayando una irónica definición del celebrado descubrimiento de América, suele afirmar: “En 1492, los nativos descubrieron que eran indios, descubrieron que vivían en América, descubrieron que estaban desnudos, descubrieron que existía el pecado, descubrieron que debían obediencia a un rey y a una reina de otro mundo y a un dios de otro cielo”.
Negación cultural al margen, aquí, en Estados Unidos el 12 de octubre queda enmarcado dentro del Mes de la Herencia Hispana que se celebra entre el 15 de septiembre y el 15 de octubre. En palabras de cualquier político oportunista es algo así como un reconocimiento público a las contribuciones históricas de la mayor y más pujante minoría étnica del país. Bla Bla Bla …
Hasta el mismísimo presidente Barack Obama ha dicho: “Los hispanos han defendido con honor a nuestro país en la guerra y contribuido a la prosperidad en tiempos de paz. Manejan negocios exitosos, y muestran nuestra próxima generación de líderes”.
Según el diccionario de la Real Academia Española, la hispanidad es el “carácter genérico de todos los pueblos de lengua y cultura hispánica”. Estados Unidos es el segundo país de habla hispana del mundo en número de habitantes. Más de 55 millones de personas se ajustan a la definición de la Real Academia Española. Más de la mitad de la población hispana reside en sólo tres estados, Texas, Florida, y California; éste último ya consagrado como un estado de mayoría hispana. Al menos ocho estados del país – California, Texas, Florida, Nueva York, Illinois, Arizona, Nueva Jersey y Colorado – tienen una población de por lo menos un millón de latinos. O hispanos. O como sea que el sistema nos etiqueta.
Mientras escribo pienso en esta ciudad. En su propia manera de entender el fenómeno multicultural. Donde todos los que la habitamos adoptamos, palabras, costumbres, comidas, música y gestos de otros. Donde nuestra identidad histórica se desdibuja para convertirse en algo más. Para crecer. Para mirar de forma transversal a una comunidad que, con aciertos y errores, tiene en común una vocación de integración que es ejemplo para todos. O debería serlo. Tal vez porque todos aquí somos otros. Reinventados. Buscando el amor o la gloria convencidos que eso también se puede hallar en el otro. Y tal vez allí radique nuestra fortaleza.
Pero a 524 años de la epopeya de Colón, en este día festivo, quiero proclamarme libre de etiquetas. No me alcanza ser definido como hispano. Define más a mis ancestros, que a este individuo actual que escribe. A éste que ha sufrido mil transformaciones y va por más. En este 12 de octubre quiero decir que ciertos abusadores del poder se equivocan al simplificarnos. Al ponernos un tag que nos cabe pero no nos abarca, ni nos describe.
Aquí, en Miami, nos une mucho más que un hecho ancestral. Nos une la vocación y la determinación de creer en nosotros mismos y en nuestros pares, provengan de donde provengan y hablen la lengua que hablen. Aunque pensándolo bien, cuando habla Donald Trump, como decía el tango, no nos une el amor, sino el espanto.
Alex Gasquet. ©2016