En 1938 Europa está convulsionada. El mundo en ebullición. Hitler promete invadir Polonia en un año. La Segunda Guerra Mundial es un hecho. En el Tíbet, el gobierno está acéfalo. El decimotercer Dalai Lama, Gyalwa Thubten Gyatso, había fallecido en 1935. Ese monje budista fue el primer estadista que logró hacer del “país de la nieve” una nación independiente. El pionero que superó milenarios conflictos, modernizó el uso del poder y vislumbró nuevas amenazas. Hábil político y padre espiritual que ya no está ahí para proteger a su pueblo. La inquietud es enorme. Y la búsqueda de un sucesor, interminable. Hace ya tres años que un selecto grupo de lamas regentes recorre el Tíbet en pos del elegido. Un niño que será la reencarnación de Gyalwa Thubten Gyatso. El decimocuarto Dalai Lama. El continuador de la dinastía. Pero el renacido no aparece. Ni siquiera con la ayuda de los sueños premonitorios de los monjes, que ven en el lago sagrado de Lhaome Lhatso un templo con techos de jade y oro, y una casa con baldosas de turquesa. Y siguen adelante, guiados por su fe en los signos que Gyalwa Thubten Gyatso les mostró aun muerto. Colocado en el altar con la cara hacia el Sur, el cadáver había girado la cabeza hacia el Este dos veces, y un hongo brotó en una columna de reseca madera de ese sector. Pero no encuentran ni rastros.
DOS DETECTIVES Y UN NIÑO LISTO
Y al modo de un Sherlock Holmes con su fiel Dr. Watson, el impaciente e intuitivo lama Kewtsang Riponché y su monje sirviente se separan del grupo y se dirigen, por el Este, pero torciendo un poco hacia el Norte, mucho más allá del lago soñado. Y llegan a la aldea rural de Takster. Y allí, a Kewtsang Riponché se le ocurre una detectivesca idea: cambiar de hábito e identidad con su sirviente, para quedar él en un plano secundario y poder observar más y mejor la reacción de los campesinos ante las preguntas de éste. Pero no le da su rosario personal, que le perteneciera al décimo Dalai Lama. Buscan puerta tras puerta, hasta arribar a una que se les abre sola antes de golpear. Y sale un niño. Tiene menos de 3 años y les sonríe. El leal sirviente de Kewtsang Riponché, simulando ser el amo de su maestro, le pregunta por sus padres. El niño le dice que no están y que se aparte, pues quiere ver de cerca ese rosario que lleva colgado al cuello su segundo visitante. Después, amablemente le ordena al verdadero lama que se lo entregue. “Dámelo”, reitera. “¿Por qué?”, inquiere Kewtsang Riponché. “Bien sabes tú que debo tenerlo yo”, explica el niño, con asombrosa desenvoltura. “Si adivinas quién soy, te lo regalo”, murmura, temblando, Kewtsang Riponché. “Sera aga”, dice el niño, frase que en su dialecto regional significa “sacerdote del monasterio de Sera”. Y no hace falta aclarar quién es el sirviente. Ni que él es el elegido, el renacido, el ansiado decimocuarto Dalai Lama. Tenzin Gyatso, actual líder religioso del pueblo tibetano y jefe de lo que allí denominan “Estado temporal”, nació en el Noreste del Tíbet el 6 de julio de 1935, con el nombre Lhamo Dhondup. Reconocido de acuerdo con el canon budista de la reencarnación, se estima que también es descendiente de Avalokitesvara, el Buda de la Compasión. En cuanto a quiénes fueron sus padres fisiológicos y a cómo vivió sus dos primeros años en Takster, eso permanecería en el más elemental secreto. Por razones de modestia y de seguridad. Sin embargo, no habría sido él muy distinto de cualquier otro niño de su entorno familiar y social, salvo ciertos marcados rasgos de serenidad y firmeza inusuales a esa edad. Desde que se puso de pie, siempre parecía estar esperando algo. O mejor, a alguien. Ahora se sabe a quién, y por qué.
LEJOS DE CASA, CERCA DEL MUNDO
Empezó su educación a los 6 años, y a los 24, en 1959, completó el Geshe Lharampa o Doctorado en Filosofía Budista. Ya había rendido los exámenes preliminares en cada una de las tres Universidades Monacales: Drepung, Sera y Ganden, en las afueras de Lhasa, capital del Tíbet. El examen final tuvo lugar en el Templo Jokhang, de Lhasa, durante el Monlam Chenmo o Gran Festival de Oración, realizado el primer mes del año, según el calendario tibetano. Por la mañana fue examinado por 30 eruditos en Lógica. Por la tarde debatió con 15 especialistas en Vía Media o “camino de vida”; y al anochecer, 35 expertos pusieron a dura prueba sus conocimientos acerca de la disciplina monástica y su comprensión de la Metafísica. Aprobó con todos los honores, en presencia de otros 20 mil estudiantes. Además estudió inglés, geografía, matemáticas y ciencias aplicadas.
PONER A SALVO A SU SANTIDAD
El decimocuarto Dalai Lama se retiró hacia la India, donde inmediatamente le dieron asilo político, a él y a unos 80 mil devotos compatriotas que lo siguieron rumbo al destierro. Actualmente hay más de 130 mil refugiados en la India, Nepal, Bután y Occidente. Desde 1960, el Dalai Lama reside en Dharamsala, una modesta ciudad del Norte indio, más conocida como “la pequeña Lhasa”, que es la sede del gobierno tibetano en el exilio. Desde allí apeló a las Naciones Unidas. Tres resoluciones de la Asamblea General en 1959, 1961 y 1965 llamaron a China a respetar los derechos humanos de los tibetanos y su derecho a la autodeterminación. En la India percibió que su más urgente tarea era preservar su cultura de origen. Así que fundó 53 asentamientos agrícolas para vivienda y alimentación de sus refugiados. Y desarrollada ya una economía básica y sustentable, lanzó un programa escolar autónomo, para educar a los hijos de los exiliados en su propia lengua, historia, religión y costumbres. Hoy hay más de 80 escuelas tibetanas en la India y Nepal.
RESISTIR DESDE EL EXILIO
El Instituto Tibetano de Artes Teatrales se abrió en 1959, y el Instituto Central de Estudios Tibetanos Avanzados se convirtió en una auténtica universidad para los tibetanos de la India. Tenzyn Gyatso en persona inauguró numerosos círculos artísticos y científicos, y ayudó a restablecer más de 200 monasterios para preservar las raíces del budismo tibetano, en esencia similar al budismo indio, pero con matices tan peculiares como intransferibles. Claro que aún faltaba el detalle que haría de este decimocuarto Dalai Lama un renovador, si bien no de fondo, al menos de forma. Ni heredero de un trono real, ni dictador, no dejaba de ser un mandatario teocrático a quien su pueblo nunca había votado. Por centurias, el Tíbet fue gobernado por una élite feudal, con más del 80% de los tibetanos reducidos a la mera servidumbre. Esa era la pura verdad, y esa verdad debía ser remozada a la luz de la evolución sociocultural de Occidente. Si no, no habría mayor comprensión ni compromiso respecto de la crisis tibetana. De ahí que en 1963, Tenzyn Gyatso promulgó una Constitución democrática, basada tanto en los principios budistas como en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, como modelo para un futuro Tíbet Libre. Empezando por el experimento democrático con los refugiados en la India y Nepal, y jurando no ejercer ningún cargo político hasta que el Tíbet recupere su independencia.
En 1987, ante la Asamblea por los Derechos Humanos del Congreso norteamericano, propuso el Plan de Paz de Cinco Puntos: designar al Tíbet “zona de no violencia”; frenar el ingreso masivo de soldados y colonos chinos; restaurar las libertades democráticas; que China dejase de usar al Tíbet como campo de producción de armamento nuclear y como vertedero de basura nuclear; e iniciar urgentemente “negociaciones serias”. Y en 1988, en Francia, expandió ese plan ofreciendo la salomónica “creación de un Tíbet democrático y de libre gobierno, en asociación con la República Popular China”. En su discurso dijo que ésa era la vía más realista para “restablecer la identidad y los derechos del pueblo tibetano ajustándose a los intereses chinos”. Sin embargo, en 1991, el gobierno tibetano en el exilio declaró inválido ese ofrecimiento, “debido a la actitud cerrada y negativa del actual liderazgo chino, no obstante permanecer el Dalai Lama firmemente comprometido con la no violencia y las negociaciones pacíficas”.
GLOBALIZACION MAS HUMANA
Desde 1967 viajó a más de 42 países. En 1991 se reunió con el presidente George Bush padre y Neil Kinnock, líder de la oposición británica, los ministros de Relaciones Exteriores de Suiza y de Francia, el canciller y el presidente de Austria, cientos de oficiales gubernamentales extranjeros de alto rango, más líderes políticos, religiosos, culturales y comerciales, y también con multitudinarias audiencias en universidades, iglesias y municipios. Temario: la unidad de la familia humana, el respeto interreligioso, la mutua dependencia, la imposibilidad de que hoy una nación pueda resolver sus problemas sola, la responsabilidad universal, la supervivencia colectiva.
En 1973 estuvo con el papa Paulo VI, y en cinco oportunidades fue recibido por Juan Pablo II. En 1981 se entrevistó con el arzobispo de Canterbury, Dr. Robert Runcie. En 1989, durante un diálogo en Dharamsala con ocho rabinos y eruditos de los Estados Unidos, enfatizó: “Cuando nos volvimos refugiados, sabíamos que nuestra lucha no sería fácil, que tomaría largo tiempo, generaciones. Y a menudo nos referíamos a los judíos, a cómo mantuvieron su identidad y su fe a pesar de tantos sufrimientos. Tenemos mucho que aprender de nuestros hermanos judíos”.
A partir de su primera visita al Vaticano, su reputación como hombre sabio y mensajero de la paz creció como nunca. Occidente lo “descubrió”, y le llovieron premios y doctorados honoríficos. Entre ellos, el de la Seattle University, en Washington. Allí le dijeron: “Entre los asuntos gubernamentales y diplomáticos, usted se ha hecho tiempo para registrar su profunda apreciación del significado de la vida contemplativa en el mundo moderno. Sus textos representan una excepcional contribución, no sólo para el vasto cuerpo de la literatura budista, sino para el diálogo ecuménico entre las grandes religiones. Y su empeño ha ganado la admiración no sólo de los budistas, sino también de contemplativos como el monje cristiano Thomas Merton”. En 1989, la decisión del Comité Noruego de otorgarle el Premio Nobel de la Paz cosechó elogios y aplausos en todo el mundo, menos en China.
“SOY UN SIMPLE MONJE”
Esto es lo que repite Tenzyn Gyatso cada vez que lo honran o alaban, con modestia y sin dejar de sonreír jamás. Y eso se percibe en su vida cotidiana, cuando no anda rodando por el mundo. En Dharamsala se levanta a las 4 de la mañana para meditar. Después sigue una ajetreada agenda de reuniones administrativas, audiencias privadas, enseñanzas y ceremonias religiosas. Su dieta es frugal: té tibetano con mantequilla y sal, y un poco de tsampa o harina de cebada tostada. Y en días festivos, unos momos o ravioli de verdura cocidos al vapor, con galletas khabse y yogur de leche de yak. Su vestimenta es sencilla y tradicional. Concluye el día con más oraciones, y antes de retirarse a descansar suele citar su poema de cabecera, escrito por el santo budista indio Shantideva: “Mientras perdure el espacio / y existan los seres vivos / que hasta entonces pueda yo / también continuar aquí / para aliviar la miseria del mundo”.