El 1 de abril de 1980 un grupo de disidentes cubanos estrelló un autobús contra la verja de la embajada de Perú, en La Habana, en cuyo interior viajaban varias personas con intenciones de pedir asilo político. El régimen de Fidel Castro, contrariado por la negativa del gobierno del Perú a entregar a los asilados, retiró la guardia oficial de los exteriores de la embajada. El resultado fue la incursión de 10.800 ciudadanos cubanos, en su mayoría jóvenes, en la delegación diplomática provocando un caos logístico de proporciones. Forzado por la situación, por la exposición internacional y por su propia tozudez, Fidel Castro anunciaría pocos días después la apertura del puerto del Mariel para darle salida a todos aquellos que quisieran emigrar de Cuba. Una decisión que acabó por funcionar como un multiplicador de la crisis poniendo en evidencia el desencanto y la desesperación de miles de personas por recuperar su libertad. Desbordado por una realidad difícil de contener, Fidel Castro comenzó una campaña de estigmatización y de violencia sicológica que ha afectado a los migrantes del Mariel durante décadas. El gobierno de Cuba instaba a la población a identificar y hostigar a “los traidores”, “la escoria”. El escritor cubano Indagel Betancourt contaba que a sus 7 años, en una noche de 1980, se vio junto a unos primos tirando huevos a la casa de un vecino. “La situación era extraña, supongo que me habrá divertido la complicidad de ser un pequeño bandido haciendo travesuras. Pero no se me olvida nunca cuando llegó un auto del gobierno y el dueño de la casa salió con su equipaje a subirse en aquel auto azul. Era alto, de unos cincuenta años tal vez, de rostro largo y calvicie prominente. Un huevo impactó contra su frente. El hombre sacó un pañuelo, se limpió lentamente y dijo: “Guarden los huevos, los van a necesitar”. Este fue el comienzo de uno de los fenómenos migratorios mas impactantes del siglo XX que terminó con la salida de 125.000 cubanos en un periodo de 5 meses. Era el comienzo de El Mariel; una historia que transformó la vida de cientos de miles de personas a ambos lados del estrecho de Florida y que cambió para siempre la fisonomía de la ciudad de Miami. El éxodo terminó oficialmente el 26 de septiembre de 1980, cuando soldados cubanos ordenaron a los últimos 150 barcos en el puerto del Mariel que lo abandonaran sin pasajeros. Terminaba la historia del Mariel en Cuba. Pero de este lado del estrecho de Florida, la repercusión del Mariel apenas estaba comenzando.
Según el Departamento de Estado arribaron a Estados Unidos desde el puerto del Mariel 125.000 personas. Todas ellas sin visa y algunas sin documentación. En el proceso de entrevistas llevadas a cabo por el INS durante 1980 mas de 23.000 personas declararon tener antecedentes penales en Cuba. Muchas de ellas comenzaron a delinquir rápidamente en Estados Unidos. Fidel Castro, después de todo, tenía un plan.
20 años después de la primera ola migratoria desde Cuba, en los albores de la revolución, las noticias que llegaban a La Habana de los cubanos asilados en Miami eran, en su mayoría, historias de éxito. Fidel Castro quería demostrar que los que querían salir de Cuba, los que renegaban del régimen, eran vagos, delincuentes, y homosexuales.
Cuando los cubanos ya afincados en Miami se enteraron de la posibilidad de traer a Estados Unidos a sus familiares construyeron rápidamente un puente marítimo que iba de Key West al puerto del Mariel, en Cuba. Embarcaciones de todos los tamaños zarpaban al rescate de sus familias. Pero al llegar a Cuba, el gobierno obligaba a subir a los barcos a aquellos que estaban en el puerto con autorización de salida. Fidel Castro había “limpiado” sus cárceles y sus hospitales mentales, mezclando su población carcelaria con familias enteras que pugnaban por salir. El actual alcalde de Miami, Tomás Regalado, que en 1980 cubrió el éxodo como reportero, afirmaba en una entrevista reciente que “las estimaciones más conservadoras aseguran que el 15% de los que llegaron eran delincuentes”. Sebastián Arcos, director asociado del Instituto de Investigaciones Cubanas de la Universidad Internacional de Florida ratificaba sus dichos: “Los guardianes de las cárceles en Cuba leían listas de presos para soltarlos, los montaban en un vehículo y los llevaban hasta los barcos. A la gente que venía de Miami le decían que por cada familiar se tenían que llevar personas adicionales. Y en ese grupo había delincuentes y también espías”.
De los 125.000 cubanos que llegaron en la crisis del Mariel, en 1980, unos 100.000 se quedaron en Miami, después de una intervención del Gobierno Federal, que logró que 25.000 de los recién llegados fueran acogidos por otros estados. La envergadura del éxodo fue algo que sorprendió a todos por igual. Tanto en Cuba como en Estados Unidos. Para el mes de mayo de 1980 ya había 75.000 asilados en el sur de la Florida. Preparar alojamiento, comida, sanitarios y salud para esa cantidad de personas es un desafío difícil de imaginar. Escolarizar a mas de 15.000 niños que no hablaban inglés o pensar en darles empleo a ese número de personas parecía una meta inalcanzable. En pocos meses, el contingente del Mariel impactó en las estadísticas: creció el desempleo y también el número de pobres. Mas allá de la cantidad de frentes abiertos en esa época, el alcalde Regalado cita el incremento de la criminalidad como la consecuencia más nefasta de esta etapa: “La mayoría de los que llegaron eran buenas personas, pero los delincuentes que envió Castro siguieron delinquiendo aquí”, asegura el alcalde.
Un articulo publicado el 11 de mayo de 1980 por el New York Times titulaba: “Enfermos mentales y criminales están incluidos en el Éxodo Cubano”. El periodista que escribió ese artículo se encontraba en el puerto del Mariel y dio cuenta de un pequeño barco que alojaba personas muy por encima de su capacidad permitida. “El nombre del barco era Happy Valley. Yo estaba en ese barco “. En el artículo, el periodista Edward Schumacher describió el Happy Valley como un barco de pesca de 70 pies con más de 200 cubanos a bordo que, o bien habían sido liberados de la cárcel, o de un instituto para enfermos mentales. También informaba en el mismo artículo que 200 delincuentes comunes fueron subidos a otro barco que contenía 420 refugiados, con destino a Key West. Schumacher lo describía así: “Los dos barcos, amarrados uno muy cerca del otro, están siendo utilizados para librar al país de delincuentes y personas mentalmente enfermas. Los soldados cubanos mezclan familias con estos criminales en un esfuerzo deliberado que es discutido aquí, abiertamente, por funcionarios cubanos”.
Los siguientes años fueron los que quedaron inmortalizados en la película Scarface y en la muy taquillera serie Miami Vice. Drogas, asesinatos, corrupción. A fines del año 1980 Miami había duplicado su tasa de homicidios respecto del año anterior. Y a finales de 1981, la ciudad ostentaba un triste record con la tasa de homicidios más alta del mundo, según un artículo de 1987 publicado en el New York Times.
Aunque hay mucho de verdad en la historia de Tony Montana, interpretada por Al Pacino, la historia de la gran debacle de la ciudad de Miami ha sido mucho mas compleja que eso. Es cierto que Castro abrió las cárceles durante el éxodo de 1980, inundando las calles de Miami con delincuentes de toda calaña. Pero no es menos cierto que para esa época la ciudad ya estaba tomada por los Cowboys de la cocaína. Un grupo ultra violento de narcotraficantes colombianos que ya habían convertido a Miami en un campo de tiro un año antes del éxodo del Mariel. Tampoco puede dejarse de lado uno de los disturbios raciales más sangrientos de la historia de los Estados Unidos – contemporáneo a la crisis del Mariel – que estalló en una de las comunidades negras de Miami y que se cobró 18 vidas después de que un jurado blanco absolvió de todo cargo a cuatro policías blancos que habían asesinado a golpes a un ex marine afroamericano llamado Arthur McDuffie.
Es a esa ciudad de Miami a la que llegaron los migrantes del Mariel.
Con demasiados frentes de violencia fuera de control, una ciudad sitiada por 3.000 efectivos de la guardia nacional, y una tensión racial creciente – cuyos vestigios se arrastran hasta el presente – el departamento de policía se vio completamente desbordado. En aquella época, el departamento de policía estaba integrado casi en su totalidad por personal angloparlante. Pero la ciudad había cambiado. El frente ya no era solo la desconfianza y tensión de la comunidad afroamericana a raíz de los disturbios del caso McDuffie; el cuerpo de policías también fue repentinamente confrontado con una infranqueable barrera idiomática con los recién llegados del Mariel. La respuesta del departamento de policía fue una descontrolada contratación de nuevos agentes duplicando en poco tiempo el número de oficiales. Un proceso que no tuvo filtros en el reclutamiento ni buscó un entrenamiento efectivo. Muchos de los nuevos policías, eran criminales, corruptos, o simplemente ineptos. En poco tiempo, los allanamientos ilegales, las estafas y la participación de la fuerza en el trafico de drogas convirtieron al Departamento de Policía de Miami en una de las agencias más corruptas del país. En 1985, más de 100 oficiales fueron arrestados, despedidos o disciplinados por su implicación en el caso conocido como Miami River Cops Case; un incidente en que los agentes asaltaron un barco cargado de drogas en el Miami River para robar 400 kilos de cocaína, tirando a los distribuidores al río, donde la mayoría de ellos finalmente se ahogaron.
35 años después, el término marielito sigue teniendo un componente peyorativo. En Miami y, aunque en menor medida, en todo Estados Unidos; todos ellos quedaron manchados por delincuentes liberados por Fidel Castro, pero también por estar asociados a un momento crítico de una ciudad que se debatía entre el crimen y el progreso. Los marielitos fueron discriminados hasta por la misma comunidad cubana en Miami. Los que habían llegado en la década de 1960 miraban con recelo y desconfianza a este grupo de exiliados que traía 20 años de comunismo sobre sus espaldas. Muchos de los exiliados cubanos se sintieron afectados después de haber trabajado tan duro para lograr la aceptación en nuevo país y construir una reputación, para que esta nueva oleada de migrantes con su imagen de delincuentes y enfermos mentales estableciera un nuevo paradigma. Miles de angloparlantes huían de Miami buscando refugio en ciudades del noreste de Florida. Carteles caseros de la época rezaban: El último estadounidense en salir de Miami por favor traiga la bandera. De acuerdo con informes del Censo de EE.UU., los blancos no hispanos eran el 48 por ciento de la población del condado Miami-Dade en 1980. Para 1990, esa tasa bajó al 32%.
Fidel los llamó escoria, basura. Abandonaron la isla insultados y agredidos por sus propios vecinos. Padecieron meses de incertidumbre y maltrato. Llegaron a una ciudad que atravesaba uno de los picos de violencia mas altos de su historia. No hablaban inglés y estaban en un limbo jurídico. El Éxodo del Mariel tomó desprevenidos a todos. Al gobierno cubano, a las autoridades locales, a la Casa Blanca y cada uno de los habitantes de Miami. El gobierno Federal quedó atrapado entre su retórica contra el régimen de Fidel Castro, la ley y la obligación moral de aceptar a los refugiados, entre los cuales recibía a diario una significativa cantidad de delincuentes que no podría deportar, ya que Cuba se negó sistemáticamente durante décadas a recibirlos de regreso.
Hoy, la población de origen cubano en Miami controla una parte importante de la economía y también de la política doméstica. Y la realidad demuestra que con el paso de los años la mayoría de los delincuentes fueron encarcelados o muertos y a pesar del caos, el resentimiento, la violencia y la discriminación, la gran mayoría de los marielitos se integraron honrada y silenciosamente a la fisonomía de la ciudad. Hoy son parte de un paisaje urbano que ayudaron a construir. Dueños de negocios, empresarios, médicos, abogados, ingenieros. Dedicados padres de familia que aportaron con su esfuerzo y dedicación a hacer de Miami lo que esta ciudad es hoy.