James Dewey Watson, nacido el 6 de abril de 1928 en Chicago, Illinois, es biólogo y zoólogo. Su capacidad para la investigación científica le ha valido un premio Nobel de Medicina en 1962 por ser uno de los descubridores de la estructura de la molécula de ADN. Las investigaciones en las que participó activamente proporcionaron los medios para comprender cómo se copia la información hereditaria. Posteriormente, Arthur Kornberg aportó pruebas experimentales de la exactitud de su modelo, ratificando de manera inequívoca la importancia del descubrimiento. Hasta aquí, parecería que asistimos a la presencia de un científico que debiera provocar sólo admiración y, por qué no, gratitud. Pero ocurre que el señor Watson, también es tristemente célebre por su abierta y marcada posición racista y xenófoba. Al cierre de esta edición, de visita en Londres, Watson declaró al periódico Sunday Times que las políticas sociales en Africa fracasan porque no tienen en cuenta que “los negros son menos inteligentes”. Y lo sustentó en lo siguiente: “El fracaso se debe a que están basadas en el hecho de que su inteligencia es la misma que la nuestra, mientras todas las pruebas muestran que no es así. No existe razón firme para pensar que hayan evolucionado de manera idéntica las capacidades intelectuales de personas separadas geográficamente”. Además, Watson remarcó que “para ello no bastará nuestro deseo de atribuir capacidades de raciocinio iguales, como si fueran una herencia universal de la humanidad”. Y con una desconcertante solvencia remató: “La gente que tiene que tratar con empleados negros sabe que eso no es así”.
Watson es conocido por sus exabruptos. En 1997 aseguró al periódico británico The Independent que una mujer debería tener derecho a abortar si los análisis pre-parto mostraban que su hijo iba a ser homosexual. El biólogo usurpa su condición de hombre de ciencia para darle rigor científico a sus propios prejuicios y temores. Steven Rose, profesor de Biología en la Open University y miembro de la Sociedad para la responsabilidad en la Ciencia, declaró: “Al margen de lo político y lo social, y circunscribiendo el debate estrictamente a lo científico, si el señor Watson conociera todos los escritos al respecto se habría dado cuenta de que no ha entendido nada”. Funcionarios gubernamentales, científicos y activistas de derechos civiles consideraron inadmisible el comentario de Watson, y el Museo de Ciencias de Londres canceló la disertación que iba a realizar el 19 de octubre último. Cold Spring Harbor, el laboratorio en el que desarrollaba su trabajo el premio Nobel, ha decidido suspender su relación con el científico tras llevar el asunto al Consejo de administración del mismo. Y no es la única mala noticia para Watson. Varias instituciones han decidido suspender sus conferencias. Finalmente, la gira que debía efectuar con motivo de la presentación y promoción de su último libro en Gran Bretaña fue cancelada, y el zoólogo ha regresado a Estados Unidos. Antes de abandonar el Reino Unido, acorralado por la comunidad científica internacional, funcionarios de gobierno, medios y la sociedad en general, Watson pidió disculpas por sus palabras, aduciendo que no quiso caracterizar a los africanos como genéticamente inferiores. “Estoy avergonzado por lo que ha sucedido”, expresó a un grupo de científicos y periodistas. “Ciertamente comprendo por qué la gente, al leer esas palabras, ha reaccionado de la manera en que lo ha hecho. Para todos aquellos que han inferido de mis palabras que Africa, como continente, es de alguna manera genéticamente inferior, sólo puedo expresar mis disculpas incondicionales”, agregó.
El poeta uruguayo Mario Benedetti decía: “Nunca creas en el arrepentimiento de los verdugos”. Los exabruptos del señor Watson dejan de ser tales, cuando lleva tantos años sosteniendo con criterio absolutista que todo lo que se le presenta como diferente a él, es inferior. En 1978, la Conferencia General de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, La Ciencia y la Cultura (UNESCO) aprobó la Declaración sobre la raza y los prejuicios raciales en cuyo artículo 2, punto 1, expresa: “Toda teoría que invoque una superioridad o inferioridad intrínseca de grupos raciales o étnicos que dé a unos el derecho de dominar o eliminar a los demás, presuntos inferiores, o que haga juicios de valor basados en una diferencia racial, carece de fundamento científico y es contraria a los principios morales y éticos de la humanidad”. A Watson no se le reconoce ningún estudio destacado sobre inteligencia ni ninguna formación académica sobresaliente en esa área y, por lo tanto, sus opiniones a este respecto carecen de toda autoridad científica. El mundo no acepta sus disculpas, señor Watson. Su pedido de perdón se parece mucho más a una hipócrita y oportunista estrategia para retomar el camino promocional del lanzamiento del libro que lo llevó a Londres, que a un arrepentimiento cabal, sincero y definitivo de sus ya muy prolongados años de xenofobia, racismo e intolerancia.