Con mi colección de excusas agotadas, finalmente, el día de hoy he acudido al dentista. Ese mal necesario que se hace presente esporádicamente en nuestras vidas con el propósito de exponer nuestros más cobardes instintos. La antesala del desagradable momento me encontró junto a un par de pacientes resignados completando un extenso formulario colmado de preguntas. Algunas de ellas muy pertinentes con la situación, pero muchas otras muy alejadas de la razón que explica el vínculo entre el dentista y yo. Por ejemplo, ¿para qué necesita conocer y guardar este profesional del mal momento mi número de Seguro Social, mi teléfono celular, el de mi residencia y también el de mi oficina? ¿Una tarjeta de crédito, los datos completos de mi seguro dental, fecha de nacimiento, domicilio particular y laboral, profesión, estado civil, título universitario y una importante lista de etcéteras?
Mientras el hombre hacía su meticulosa tarea, me he puesto a pensar en la cantidad de veces por día que entrego información de mi identidad, mis números de cuentas bancarias o tarjetas de crédito; mis preferencias de compras, de lectura, de viajes mis búsquedas en internet y mi comportamiento en general. Datos y más datos son acumulados por distintas entidades tanto del ámbito público como del privado dando origen a lo que hoy se denomina «Big Data». Este nuevo hijo pródigo de la tecnología ha cobrado un protagonismo de tal magnitud que en los últimos meses ha sido eje de debate en espacios como el Foro Económico Mundial, el G8 o la Organización de las Naciones Unidas (ONU).
La generación de enormes bases de datos abarca áreas tan disímiles como la ciencia, el deporte, la salud pública, la educación o el consumo de papas fritas. Es una revolución en el mundo de la comprensión de la conducta humana y prácticamente no hay espacios inmunes a esta nueva versión del Gran Hermano. La evolución permanente de los algoritmos que analizan las conversaciones en redes sociales o los mensajes breves en dispositivos móviles y los cruzan con preferencias de búsquedas repetidas en la web o con distintas variables del comportamiento desnudan las raíces ocultas de la conducta hasta extremos donde ni el mismo individuo se reconoce a sí mismo. La recopilación de datos parece no tener límites. Datos operativos o transaccionales tales como ventas, costos, inventario, nómina o contabilidad junto a otros no operacionales como parámetros de la industria, detalles del pronóstico del tiempo e información macroeconómica se suman a la acumulación de datos extraídos directamente del comportamiento del individuo y sus características sociodemográficas. Empresas como Walmart, por ejemplo, descubrieron que cuando los hombres compran pañales, los jueves y sábados, también tienden mayoritariamente a adquirir cerveza. La cadena ha aumentado considerablemente sus ingresos instalando exhibidores de cerveza más cerca de los pañales, y acrecentado el nivel de estímulo específico. Como casi todas las cosas, es el uso de la herramienta lo que define su potencialidad y sus virtudes y defectos.
Rick Smolan prepara un proyecto llamado «El rostro humano de los grandes datos» con el objeto de aprovechar el fenómeno para combatir la pobreza, la delincuencia y la contaminación. Global Pulse, una nueva iniciativa de la ONU, nació con el propósito de aprovechar esa gigante masa de datos para el desarrollo global. Sus algoritmos están pensados para ayudar a predecir las pérdidas de empleo, el control del gasto o los riesgos de epidemias en una región determinada. La aspiración es identificar con rapidez las señales de alerta que el medio emite naturalmente para orientar los programas de asistencia con suficiente antelación y así, por ejemplo, evitar que una región vuelva a caer en la pobreza. El almacenamiento de datos se duplica cada dos años y no siempre es más de lo mismo. Casi a diario aparecen en el universo nuevas formas de capturar información. Los sensores digitales puestos en dispositivos móviles, maquinaria, automóviles y hasta artículos para el hogar permiten medir y almacenar todo lo que se desee sobre un objeto: locación, movimiento, vibración, temperatura, humedad y hasta cambios en la composición del aire. Si usted se está preguntando qué se hace con semejante cantidad de datos, el desarrollo de la inteligencia artificial puede acercarle la respuesta. Los más recientes sistemas de reconocimiento de patrones de comportamiento y aprendizaje automático no sólo tienen la capacidad de sacar conclusiones con un bajo margen de error, sino que poseen la extraordinaria capacidad de seguir aprendiendo para bajar su propio nivel de error. La riqueza de los nuevos datos radica en que son el instrumento que perfecciona los sistemas de inteligencia artificial. Los departamentos de policía de todo el país, encabezados por Nueva York, utilizan un relevamiento geográfico alimentado por el análisis de variables como los patrones históricos de captura, días de pago, eventos deportivos, la lluvia y los días festivos para tratar de predecir probables delitos, «puntos calientes» de la ciudad y crear estrategias de prevención más efectivas.
Pero no todo lo que brilla es oro. La acumulación de datos que pueden afectar la privacidad de las personas implica un riesgo enorme si no se asegura la invulnerabilidad de los servidores donde se alojan y si no se regula y controla el uso de esos datos por parte de las grandes corporaciones.
Si bien los aspectos de seguridad de los grandes centros de bases de datos han progresado mucho, aún no están a la altura de las necesidades. El ingreso reciente y recurrente de hackers en sitios web ultra protegidos como el Pentágono, la CIA, la NASA o la misma Casa Blanca muestra un escenario preocupante frente a un fenómeno que ha llegado para quedarse. Otro peligro del análisis puramente matemático, en palabras de un reconocido académico de Stanford, es el riesgo de falsos descubrimientos. Según su teoría, el problema con la búsqueda de una aguja en un pajar utilizando masivas bases de datos es que «muchos trozos de paja parecen agujas». No obstante, lo más delicado de este nuevo mundo es la falta de control sobre la autorización que cada individuo debiera dar antes de que el recolector pueda compartir sus datos. Cada día es mas visible la obligación de proveer todos los datos para acceder a un producto o servicio. La acumulación sistemática de información recopilada por distintas fuentes puede proveer un perfil completo de cada individuo, que en manos adecuadas seguramente implicaría un beneficio para la humanidad. Aunque no hace falta que describa las consecuencias de un manejo indebido de la misma información. Necesitamos que la voluntad moral y la capacidad intelectual de nuestros legisladores esté a la altura del avance de la tecnología y sus ramificaciones. Es de carácter urgente el acompañamiento legislativo a la recolección, almacenamiento, uso y distribución de datos. El tema es, según mi impresión, alarmante.
Cada vez que recibo una oferta comercial directamente asociada a mi perfil personal, no puedo evitar sospechar de mi dentista.