Es difícil definir a Larry Flynt. Imposible escapar al universo de contradicciones que le dieron forma a su vida. El nombre de su hijo pródigo fue Hustler. El magazine más provocador que haya visto la industria editorial en Estados Unidos.
Atropellador, embrollador, sacudidor, tramposo: así puede traducirse la palabra inglesa “hustler”, que para el público norteamericano de los años ’60 llegó a ser el verdadero apellido de Larry Flynt, junto a motes que lo identificaron como “inmoral y escandaloso”. Claro que aún no lo era en 1952, con apenas 9 años y ya vendiéndoles aguardiente casero a los campesinos de Kentucky en su Salyersville natal, por imposición de un padre alcohólico que tenía un alambique ilegal en el bosque. La venta del licor de papas la hacían Larry y su hermano menor, Jimmy, con un carrito tirado a mano, en frascos y botellas usados y a precios convenidos en el momento, no siempre rentables. Por eso, lo peor era regresar a la cabaña- destilería y enfrentarse a las furias de ese padre borracho y castigador que había sumido a su familia en la pobreza y la violencia. Un círculo vicioso del que Larry decidió escapar como pudiera, vale decir, llevándose con él una herencia de ahorros hechos a escondidas, una paciencia a prueba de golpes y un sólido instinto de supervivencia.
Las chicas del boletín.
Fue el principio de todo. Les hizo tomar fotografías a las desnudistas que contrataba y mandó imprimir el “boletín informativo Hustler”, que distribuyó en toda la región. Entretanto, una chica más desenfadada que las otras debutaba al son del tema “Hang on sloopy”: era Althea, la única a la que Larry no se atrevió a llevarse a la cama de inmediato, como a las demás. Eso lo haría ella misma, a la hora de cobrar su primer salario, en la oficina de Larry. Sería el gran amor de su vida, y sin la obligación de renunciar a sus restantes amantes. Althea no era lo que se dice una mujer hogareña, y también se acostaría con otros hombres y mujeres. Por su consejo, Larry hizo que las desnudistas se quitaran más ropa aún, y el bar se llenó de gente. Pero lo que le reclamaban los camioneros y viajantes de comercio era “la revista, para verla en el camino”. “¿Qué revista?”, preguntaba Larry. Había una confusión: todos apostaban a que vendría el segundo número del “boletín informativo Hustler”. Se le ocurrió, entonces, satisfacer la demanda.
La revista se llamó Hustler, claro, y salió impresa en más y mejor papel, y fue distribuida en tiendas y gasolineras de varias ciudades. Pero sólo se vendió la cuarta parte de los numerosos ejemplares: una fallida inversión cuyas ganancias no alcanzaron para costear la tinta y el transporte. Momento en el que Larry le dijo a Jimmy, a quien había nombrado socio sólo por ser su hermano: “Siete millones de norteamericanos compran Playboy. ¿Por qué? ¿Para leer los reportajes a los intelectuales? ¿Para saber cómo se prepara el martini perfecto? ¿Para entender de operaciones bursátiles? No. Para ver chicas desnudas”. “Bueno, pero ¿cómo competir con Playboy?”, preguntó Jimmy,. Larry le contestó: “Haciendo algo que nos diferencie. Las chicas de Playboy nunca muestran sus genitales, por ejemplo”. Jimmy se asustó, pero Althea aplaudió la idea y ella misma posó ante las cámaras. El nuevo número de Hustler fue un éxito fulminante, pero también despertó las iras de las ligas de moralidad pública, y llegó a prohibirse su venta directa en los comercios. Quien la vendiera, marcharía preso. Lo absurdo era que Hustler no había sido requisada y miles de ejemplares continuaban en miles de escaparates. ¿Cómo reaccionó Larry? Seguido por Althea, Jimmy y sus empleados, además de periodistas, curiosos y policías, acudió a un negocio y le ofreció su revista a un cliente habitual, quien la compró.
Lo esposaron y encarcelaron por “exhibición de artículos obscenos y violación de las leyes de protección infantil”, dado que Hustler estaba a la vista de los niños. Fue la primera vez que Larry gritó en defensa de su derecho empresarial a expresarse sin censura alguna. No sería la última. Libre al fin, su siguiente aventura concitaría más eco y enconos, más éxito y enemistades. Un proveedor anónimo le vendió imágenes inéditas de Jackie Onassis desnuda, y Larry puso en circulación alrededor de dos millones de ejemplares de Hustler en todos los Estados Unidos. Y los dólares y la fama no se hicieron esperar. Los insultos y juicios, tampoco. Finalmente, se trataba de pura pornografía y Charles Kenting, un reputado moralista, lo querelló por “influencia maligna”, justo cuando el ahora enriquecido Larry inauguraba en Cincinatti una increíble mansión de 24 habitaciones, con delicada servidumbre y chicas para sus amigos y clientes. En ese momento Althea aceptó casarse con Larry , con la condición de no perder su libertad sexual y ser nombrada asesora en jefe. Larry la quería con locura, y dijo que sí.
Editor porno y místico.
Poco después lanzó una campaña titulada: “Ayúdenos a capturar a los asesinos de John Kennedy”. Las autoridades no sabían qué hacer para cortarle las alas a ese “provocador sin límites” a quien, para colmo de males, ahora protegía Ruth Carter; la hermana del futuro presidente de los Estados Unidos. Más aún, moderna y evangelista al unísono, Ruth lo convenció de dejarse bautizar en un río y convertirse en un “creyente especial, en nombre del amor”. Momento en el que Larry, para desesperación de Althea, decidió no publicar más fotos “vulgares” en Hustler. “¿Entonces, qué? ¿Paisajes, desfiles de ropa?”, parpadeó Jimmy. Y Larry volvió a sorprenderlos: “No, tontos. Quiero chicas crucificadas, profetas en celo, cristianos eróticos, que de algún modo esté Dios presente”. Larry, devenido en evangelista con limusina y jet propio, puso sobre su escritorio una placa que rezaba: “Jesucristo Editor,” y anunció: “Dios trabaja a través de mí”. Entonces el fotógrafo Major Gardner retrató a parejas desnudas como si se tratase de protagonistas de pasajes bíblicos. El siguiente juicio ocurrió en el condado de Gwinnett, Lawrenceville, Georgia, en 1978. Allí tenía enemigos poderosos y allí, a las puertas de la corte y rodeado por periodistas y policías, Larry fue baleado por un francotirador escondido. Un balazo en el pecho, otro en el vientre. En el mismo ataque también cayó el abogado Isaacman, herido de gravedad. Larry no murió. Pero, a los 36 años, quedó paralizado de la cintura para abajo.
No fue sino hasta 1980 que atraparon al perpetrador del atentado: Joseph Paul Franklin. Un supremacista blanco con un odio visceral hacia negros y judíos. Franklin fue condenado por siete asesinatos, pero llegó a confesar 22. Este verdadero asesino serial confesó, una década después de ser capturado, ser el autor del atentado contra Larry Flynt motivado por algo que despertaba su odio más grande: Las relaciones interraciales. Y Larry, fiel a su estilo, había publicado desde 1975 imágenes explícitas de actos sexuales interraciales. En sus declaraciones a la policía Franklin declaró: “”Arrojé la revista y me dije que tenía que matar a este tipo.” Y en 1978, simplemente, lo intentó. Y a pesar que Franklin ni siquiera fue juzgado por el intento de asesinato de Larry Flynt, fue condenado y posteriormente ejecutado en noviembre de 2013.
Después del atentado, ya en silla de ruedas para siempre, Larry loró y gritó: “¡Dios no existe, Ruth!”. Desde entonces se transformó en un ateo colérico y lleno de dolores, provocados por su desilusión religiosa y por un proyectil no extraído. “Mudémonos a Hollywood, Althea”, rogó una noche. “Es el único lugar donde los pervertidos son libres,”, explicó. Y allí fueron. Althea le inyectaba drogas contra el dolor, y se inyectaba ella misma. En 1983 le extrajeron la bala que aún permanecía en su cuerpo y sus dolores extremos mermaron. Larry renunció a los estupefacientes, pero Althea ya era una adicta.
Doblar la apuesta.
“El pervertido ha vuelto”, dijo Larry a la prensa, al inaugurar el fabuloso edificio de Flynt Publications, coronado por las iniciales LFP en velado homenaje al extinto JFK. Ese año, con la publicidad de “un país que ha cambiado” y Ronald Reagan rumbo a su propia bala, Larry sacudió a Beverly Hills con un video que le ofreció a la CBS y comentó la NBC, en el que se mostraba una transacción ilegal del FBI por 4 millones de dólares y cocaína. Y otra vez arresto y juicio; ahora en Los Angeles, donde se negó a jurar sobre la Biblia por ser ateo y a revelar cómo había conseguido el video del caso. Pero contó que una prostituta “oficial” del gabinete de Reagan, luego asesinada – según él- robó esa cinta de vigilancia “por seguridad personal”. Larry fue multado con 10.000 dólares por día hasta que confesara quién se la dio, y en la segunda jornada del juicio en su contra se presentó vestido de militar, con casco, chaleco antibalas y una bandera de los estados Unidos puesta en su cuerpo a modo de “pañal”. Lo encarcelaron “por profanar a la bandera” y le aumentaron la multa en 50.000 dólares extra.
Poco tiempo después de ese episodio, Althea, su amada esposa, moría por sobredosis a la joven edad de 33 años. Larry la lloró hasta 1987, cuando fue a juicio nada menos que en la Corte Suprema de Washington. Otra vez Falwell, por “difamación reiterada”. Pero ahora a Hustler la apoyaban los Editores de Periódicos de Estados Unidos, la Asociación Nacional de Dibujantes Satíricos, e incluso el New York Times. Y, por primera y única vez, ganó Larry. “La libre expresión, por inapropiada e irritante que sea, es saludable para la democracia”, declaró al despedirse del juez.
En adelante, instalado en Los Angeles con sus leales Jimmy e Isaacman a su diestra, publicaría 29 revistas más, entraría de lleno al negocio del video porno y también se postularía a gobernador de California. Claro, sin lograrlo. También se opondría a las intervenciones bélicas de los Estados Unidos en Afganistán, Irak y otros países, siempre con su estilo original, provocador y controvertido.
Acusado de misógino, pervertido, inmoral y obsceno – entre otras cosas – nada ni nadie lo detuvo. Solo la muerte. Larry Flynt murió de insuficiencia cardíaca en Los Ángeles el 10 de febrero de 2021, a los 78 años.