La esperanza que el mundo civilizado tenía hasta pocas horas antes de cerrarse los comicios en Israel se ha desvanecido con el triunfo de Benjamín Netanyahu. El giro ultranacionalista dado por el dirigente conservador en la recta final de la campaña le permitió anular la ventaja que las encuestas le daban al laborista Isaac Herzog y derrotarlo por un inapelable margen de 30 a 24 escaños, en un Parlamento de 120 diputados que requiere unanimidad de 61 representantes para formar gobierno. El discurso de Herzog, que se anclaba en la búsqueda de una solución definitiva para vivir en paz con sus vecinos, se ha estrellado contra la ultraderecha militarista del Likud y sus aliados. Netanyahu, que al borde de los comicios parecía tener perdida la elección, optó por el miedo como estrategia de ultima hora con el objeto de ganar los votos de otros partidos con un mensaje claro: “Conmigo no existe la posibilidad de un estado Palestino, ni el desmantelamiento de los asentamientos judíos de Cisjordania”. Los tres pilares en los que Netanyahu ha basado el último tramo de la campaña electoral son tan provocativos como desesperanzadores de cara al futuro: abandonar la idea de los dos estados como solución al conflicto con los palestinos, la expansión de los asentamientos ilegales en Cisjordania y reforzar el carácter judío de Israel. El mismo día de las elecciones, en una maniobra expresamente prohibida, Netanyahu difundía un video en las redes sociales donde afirmaba: “El gobierno de derecha está en peligro. Los votantes árabes están yendo en grandes cantidades a los puestos de votación”. Su discurso ayudó a subir el índice de participación casi al 72 por ciento, la cifra más alta en los últimos quince años. En su discurso de victoria el líder del Likud omitió el uso de la palabra árabes y se refirió a los miles de votantes del Partido de los Árabes Unidos como ‘no judíos’. Los ciudadanos árabes israelíes también están en la mira del líder conservador. Por primera vez en la historia, los cuatro partidos que representan a esta minoría que supone el 20 por ciento de la población de Israel formaron una lista conjunta y ahora cuentan con 14 diputados, la tercera fuerza del parlamento.
La radicalización del primer ministro se produce inmediatamente después del polémico discurso que pronunció recientemente ante el Congreso de Estados Unidos, en un abierto desafío a la negociación nuclear emprendida por la Administración de Barack Obama con el régimen de Teherán. La iniciativa de Netanyahu de ir a dar un discurso en el Congreso de Estados Unidos sin dar aviso previo a la Casa Blanca tuvo una fuerte repercusión negativa en la población israelí. Imprudente, innecesario y estúpido. De hecho, las encuestas le demostraron que el tema Irán en su campaña de miedo no tuvo una repercusión positiva. Para el pueblo israelí Irán no es una prioridad. Hasta el Mosad ha desmentido al primer ministro. Un cable filtrado por Wikileaks revela que la agencia de inteligencia israelí consideraba que Irán no estaba enriqueciendo uranio a los niveles requeridos para fabricar armas nucleares.
Por esos días el general Amnon Reshef, considerado en Israel como héroe por su papel en la guerra de 1973 contra Egipto y Siria, dijo: “Es hora de que el primer ministro nos escuche antes de que arruine nuestros intereses estratégicos con nuestro aliado más cercano”. “Nada bueno para Israel puede resultar de una humillación al presidente de EE.UU.” Reshef conjuntamente con otros militares de alto rango retirados han formado una fuerza de opinión que solicita un cambio en la política en aras de obtener la paz en la región.
La reacción de la Casa Blanca a la victoria electoral de Benjamín Netanyahu estuvo más dominada por los reproches que por las felicitaciones al primer ministro israelí. El portavoz del presidente Barack Obama lamentó la “retórica divisiva” acerca de la población árabe-israelí usada por Netanyahu y aseguró que Washington “reevaluará” su “posición” y próximos pasos después de que, en el último día de campaña, Netanyahu afirmara que si era reelegido no habría un Estado palestino.
El motor de Netanyahu es el odio y el fanatismo irracional. Y ha sabido usar el miedo como herramienta para llevar votos a sus arcas. Pero estas elecciones demostraron que hay una gran parte del pueblo israelí que ya no cree en un sistema que cada vez empobrece mas a la sociedad, empeora su calidad de vida y lo aleja definitivamente de la paz. Netanyahu es una amenaza para la humanidad. Su imprudente intromisión en la política exterior de Estados Unidos, y su respuesta beligerante para con todo lo que no encaja en su fundamentalismo van arrinconando a Israel en un callejón sin salida. El unánime rechazo internacional al abuso que hace de su fuerza militar y la deplorable imagen que los líderes de occidente tienen de su persona y de sus acciones son una muestra cabal de ello. Israel parece mirar solo hacia adentro y no se da cuenta que Estados Unidos es mucho mas que un aliado. Es su única oportunidad de balancear su poder en la región. El uso del odio y del miedo como estrategia son de alcance limitado. Casi doméstico. En el mundo real hace falta inteligencia, tolerancia, firmeza y unidad. El aislamiento cada vez mas pronunciado tal vez sea un buen negocio para Netanyahu y sus intereses. Pero definitivamente no lo es para Israel.