Fahrenheit 451 es la temperatura en la que el papel se inflama y arde. La obra maestra de Bradbury, que inmortalizó el título, retrata una sociedad futurista en la que un cuerpo de bomberos quema hogares y bibliotecas para destruir los libros y evitar así que la gente tenga un pensamiento independiente. En esta era digital, la extinción del papel parece ineludible en algunos ámbitos. En estos últimos días, Paul Gillin, experto en tecnología de los medios de comunicación, afirmó que los cambios que se están desencadenando en la industria acabarán con el 95% de los periódicos de Norteamérica. La situación no es menos grave para los medios impresos en el resto del mundo. El modelo económico que los sustentaba está acabado y la proliferación de nuevos formatos de distribución de la información anclados en el concepto de gratuidad acelera un proceso que parece irreversible. El papel, como soporte de la información, parece estar llegando a su máxima temperatura tolerable. En una época no muy lejana, la palabra impresa y expuesta públicamente implicaba de forma directa e indiscutible atributos de veracidad y autoridad intelectual. En la actualidad asistimos a dos fenómenos simultáneos de alcance global: los individuos ya no creen en todo lo que leen, y por otro lado se han mezclado los roles del emisor y el receptor. Gracias a la capacidad de obtener y distribuir información que provee la tecnología, todos pueden escribir y “publicar” en medios virtuales generados por ellos mismos, o en espacios creados por otros para tal fin. Todos reciben, todos emiten. En los últimos años, la conversación ha girado en torno a los nuevos modelos de distribución de contenido, pero poco o nada se habla de la generación de ese contenido. Los grandes periódicos tienen estructuras periodísticas que investigan, generan, chequean y editan información con el objeto de entregar contenidos de calidad y de incuestionable veracidad. Este proceso ha estado basado en el modelo de negocio tradicional financiado por la venta de ejemplares y por la recaudación publicitaria de sus ediciones en papel. En la medida que el modelo de negocio tradicional se quiebra, es necesaria otra fuente de ingresos equivalente que financie esa estructura periodística para que el contenido se siga produciendo. De otra manera, la discusión sobre los canales o dispositivos de distribución carece de todo sentido. El modelo de monetización de la presencia de los periódicos en internet está exclusivamente anclado en el ingreso publicitario. Al menos por ahora. El concepto de gratuidad por el acceso a la información en la web está instalado y es, de momento, irreversible. En este punto, el esquema de tarifación para la comercialización de los espacios publicitarios en internet nació defectuoso. Basado en el hecho de que la elaboración de contenidos ya estaba financiada por el modelo tradicional, originalmente, su publicación en internet y su consecuente explotación publicitaria sólo agregarían un beneficio marginal a las arcas de los medios sin costo adicional. Con la explosiva penetración de internet, y los profundos cambios en la conducta y en los hábitos de lectura de las personas, los tirajes de los periódicos bajan y los anunciantes migran a medios alternativos donde sus costos por contacto se reducen en forma drástica. En este contexto, los periódicos ya no pueden costear sus estructuras de generación de contenidos informativos. La industria atraviesa un desafío de reconversión estructural que no garantiza su supervivencia. Los periódicos deberán dejar de financiar onerosas estructuras para la cobertura de informaciones que hoy son un commodity en la industria y tendrán que concentrarse en aquellos núcleos de la información donde sus capacidades puedan agregar valor: el periodismo de investigación y la capacidad intelectual de opinar sobre los hechos. Pero más allá de la necesidad de reenfocarse en aquellos rubros donde puede diferenciarse, la naturaleza del lector actual obliga a concentrarse en la distribución de la información en formatos digitales. La presencia online de los periódicos obliga, además, a capacitar a periodistas y editores para hacer su tarea orientados a dispositivos que muestran diferentes conductas en los lectores respecto de sus viejos comportamientos frente al papel. Otra necesidad ineludible para los periódicos es la necesidad de entregar en sus versiones digitales información con formato audiovisual. Cada vez más los lectores eligen el video o el podcast para acceder a la información. Y un periódico online que se precie de tal debe entregar información en esos formatos con un piso de calidad alineado a la estatura de la marca del medio que lo firma. Ahora bien, nada de lo que haga la industria será suficiente si no viene acompañado por un soporte jurídico que defienda tenazmente los derechos de los creadores de contenido. El aceleradísimo proceso de transformación que la industria atraviesa no ha sido amparado por el desarrollo de una legislación internacional que castigue con determinación el uso indiscriminado de contenidos creados por terceros. En la actualidad, una primicia dura escasos segundos antes de que sea transcripta por cientos de miles de medios online, blogs y redes sociales, entre otros. Abundan sitios online construidos sobre la extracción parcial o total de informaciones creadas y publicadas por terceros, usufructuando el tráfico de lectores que producen, sin absorber costo alguno en la generación de los contenidos que publican. La posibilidad de revisar el criterio con el que se construyeron las tarifas de publicidad en internet sólo será una realidad posible cuando el autor del contenido esté lo suficientemente protegido para afirmar que el acceso a esa información es público, pero su reproducción no lo es. Sólo con esta garantía los hacedores de contenido podrán seguir invirtiendo en la investigación y publicación de información seria, estable y de calidad. El concepto de oferta y demanda definitivamente es un atributo en la formación de precios. Aunque la composición de costos para la generación de contenidos, sin duda, también lo es. Y en la medida en que el dinero que provenía de la publicidad en el viejo modelo de ingresos de los periódicos no sea reemplazado por una fuente que garantice su continuidad, peligra la función de contrapeso que estas publicaciones tienen en toda sociedad occidental. A diferencia del resto de los medios de comunicación que, en distinto grado, conforman un mix de información y entretenimiento, los periódicos históricamente han representado uno de los pilares donde se asientan las democracias del mundo, contribuyendo a consolidar el derecho básico y elemental a la información de todas las personas y ejerciendo de hecho una función de control de la gestión pública y de la evolución de las reglas de convivencia social.
Cuando en 1953 Ray Bradbury nos mostraba un escenario ficticio de control de las sociedades a través de la restricción de acceso al conocimiento y la información, dudo que imaginara que 55 años después, el papel, finalmente, estaría camino a la hoguera.