Los recientes ataques del grupo estado islámico perpetrados en París vuelven a poner en el centro de la atención mundial una realidad cuya comprensión profunda trae a la mesa demasiadas aristas de muy compleja solución. En apenas 14 días entre el 31 de octubre y el 13 de noviembre, más de 400 personas fueron asesinadas en atentados terroristas perpetrados por la misma organización.
La serie comenzó con el avión ruso que estalló sobre la Península del Sinaí, continuó con la masacre en el sur del Líbano y acabó con la pesadilla vivida en la capital francesa. La sorprendente ineficacia que ha mostrado hasta ahora la coalición de países encabezada por Estados Unidos para bombardear al EI expone un complejo enjambre de intereses que explican no sólo la supervivencia del grupo terrorista sino también su fortalecimiento.
El enfrentamiento entre los países occidentales y sus socios árabes como la poderosa Arabia Saudita, por un lado, y la teocracia persa y el Kremlin por el otro, hacen inviable la formación de una coalición temporal que muestre una respuesta militar conjunta que pueda acabar con el EI. Moscú, al igual que su aliado iraní, tiene fuerzas militares en Siria en defensa del actual régimen, y a su vez posee intereses objetivos en Siria que son contrapuestos a los de occidente y a su agenda geopolítica.
Este mapa de intereses configuran los límites estrictos de una guerra fría que es causa real del horror en Siria, y ha sido funcional al crecimiento de este monstruo terrorista llamado Estado islámico que ya opera con brutalidad muy lejos de su dominio territorial original. Pero la realidad muestra que aunque se lograra esa respuesta militar coordinada, y suponiéndola exitosa en el terreno, resulta insuficiente para la resolución del problema de fondo. El sorprendente poder de captación que ha tenido el EI en occidente está reclamando un debate y una acción profunda sobre la cuestión de las corrientes migratorias cada vez más masivas y los modelos de integración en los países de acogida. La inmigración constituye hoy una de las preocupaciones esenciales de los ciudadanos europeos. La explosión de refugiados invadiendo Europa es un tema fundamental de preocupación social, de análisis político y tiene un tratamiento permanente en los medios de comunicación. Es una discusión abierta, de profunda sensibilidad, que deja un espacio enorme para la expresión de un abanico de sentimientos: frustración, miedo, intolerancia, comprensión, egoísmo, rechazo.
Tanto los medios como los distintos sectores de la política no siempre gestionan con el debido rigor lo que sucede, generando parcialmente una deformación del fenómeno de la inmigración, muchas veces no respaldado por expertos y científicos, como la frecuente asociación entre inmigración y terrorismo.
El debate sobre qué modelo es mejor para gestionar la inmigración es una asignatura pendiente. En un sentido estricto, la integración es un término diferente a la asimilación o absorción. La asimilación supone una unión del elemento nuevo con el elemento receptor, que implica que el primero adquiere las propiedades del segundo, que permanecen intactas u homogéneas. Sin embargo, en la práctica demuestra que el extranjero no asume la identidad pura de lo nacional ni viceversa: ambas realidades se comunican, interactúan y se transforman mutuamente para generar una nueva realidad.
Y esto sugiere que más allá de los formatos teóricos que dan origen a las políticas migratorias, hay una situación de exclusión qué pasa por la calidad de vida del inmigrante. El postulado básico de cualquier política migratoria, sea cual sea su modelo ideológico, debería pasar por alcanzar la igualdad de oportunidades. Y esto se relaciona directamente con la educación y la participación en la economía. Desde la asimilación francesa al multiculturalismo británico, las políticas europeas han sido de las más variadas. Gran Bretaña ha promovido un multiculturalismo tolerante, en el que se anima a que los grupos minoritarios celebren sus diferencias, siempre que ellos acepten que los otros hagan lo mismo. No obstante, el extremismo islámico ha sido protagonista tanto en la integracionista Francia como en el multicultural Reino Unido.
A esta altura es imposible soslayar un dato central, y es que los inmigrantes en Europa tienen un muy bajo poder adquisitivo, algo que los condena a permanecer en el piso de la escala social y los agrupa en los peores barrios. Como ejemplo, el índice general de desempleo en Francia es casi del 10%. Sin embargo, entre los inmigrantes e hijos de inmigrantes, es al menos dos veces más alto y en algunos sectores aún más golpeados, cuatro veces más. Este panorama, en una nación como Francia con 6 millones de musulmanes, juega a favor de la captación del Estado islámico, quien persigue el claro objetivo de movilizar a los musulmanes que viven en occidente contra sus países de acogida. Difícilmente el modelo teórico de integración haga una diferencia. Tal vez una estructura económica incluyente pueda mejorar las cosas con los inmigrantes de segunda y tercera generación quienes al tener igualdad de oportunidades y logros de acuerdo con sus méritos, eviten el camino de la radicalización.
El trabajo es la base de la actividad social. Proporciona amigos y contactos más allá de la familia y el grupo étnico. Obliga a la salida del gueto. Impone una visión más global; un conocimiento de mayor alcance. Probablemente esta sea sólo una solución parcial en una comunidad secuestrada por una religión de mandatos sujetos a interpretaciones varias. Sin embargo, la inclusión siempre brinda una alternativa. Un camino que más allá de soluciones militares, probablemente ineludibles en este contexto, apele a la determinación de cada inmigrante de elegir vivir esa vida que soñó cuando decidió emigrar.
Pero para llegar a ese pensamiento necesita una oportunidad de ver que ese sueño es realmente posible.