Arturo Pérez-Reverte (Cartagena, 1951) es uno de los escritores actuales con más libros vendidos en lengua española. Antes del boom del thriller religioso que desató El código Da Vinci, él ya había publicado La piel del tambor (1995). Si La tabla de Flandes (1990) abrazó la causa del thriller cultural y permitió que el nombre del escritor español no estuviese sólo vinculado al periodismo (fue reportero de conflictos bélicos para la prensa, radio y televisión de su país desde 1973 a 1994); con la aparición de la colección Las aventuras del capitán Alatriste a fines de 1996, Pérez-Reverte se convirtió en sinónimo de éxito y efectividad literaria. Y un personaje como Diego Alatriste, en alguien tan referencial como Sherlock Holmes o Marlowe. A todo esto, ha recibido importantes premios literarios y fue traducido a 34 idiomas. La cereza del postre: Pérez-Reverte ingresó en la Real Academia Española el 12 de junio de 2003. Y ahora está de regreso en las librerías con Un día de cólera. Después de haber ofrecido en Cabo Trafalgar (2004) su particular visión del combate naval más famoso de la historia española, en Un día de cólera devuelve a la vida a los protagonistas de la jornada del Dos de Mayo que cambió el destino de un país, cuando una multitud enloquecida embistió a las tropas de Napoleón, cuya cruel represalia Goya pintó en los famosos lienzos de fusilamientos. “Una pena, cargarnos el modernismo a favor de una monarquía decadente”, dice.
ALMA MAGAZINE: ¿Cómo nace este libro, cómo se le ocurre la idea de volver al Dos de Mayo?
ARTURO PEREZ-REVERTE: Quería contarlo de otra forma. Benito Pérez Galdós lo contó muy bien y hay libros de historia bastante buenos. Sin embargo, yo quería narrarlo desde dentro. Quizá lo que no se contó nunca fue desde el punto de vista de la gente que estuvo peleando. Hay muchos testimonios de las víctimas, de testigos que lo vieron todo y que dejaron constancia de cada hecho. Me apetecía mucho contar la historia como si estuviera el lector en la calle. Cómo habría visto este día si hubiera estado corriendo por las calles de Madrid de un lado a otro, disparando, con el barullo. Me fui a los documentos, y con ellos en la mano me fui a mapas de la época, cruzándolos con mapas actuales, y me fui a los sitios para contar ese movimiento de masa, de pueblo. Ahora entiendo bien por qué pasó todo como pasó, por qué murió la gente donde murió, por qué pudieron resistir donde resistieron. Ha sido como viajar atrás, una experiencia muy interesante.
AM: Hablando de viajar atrás, ¿podría hablar de qué cómo se veía el Dos de Mayo cuando era niño, cuando escuchó las primeras historias sobre ese día?
A.PR.: Mi generación fue educada en el mito del Dos de Mayo, la fecha patria cuando empieza la Guerra de la Independencia. El franquismo adobó el Dos de Mayo con un montón de elementos no siempre irreales; muchos de ellos eran reales y legítimos, pero digamos que lo envolvió todo en una especie de gesta imperial, una más de la larga historia imperial de España. De niño tenía esa idea que teníamos todos: los españoles levantados todos contra el francés. Pero, claro, luego lees, te haces mayor, investigas, y te das cuenta de que el Dos de Mayo no salió España a la calle. El Dos de Mayo saldrían a la calle tres mil o cuatro mil personas como mucho. Gente humilde, de los barrios bajos de Madrid, gente de navaja fácil. Pero la gente de clase media, de clase alta, las “buenas familias” se quedaron todas en sus casas, porque eso no iba con ellos, era una revuelta. Ahora lo vemos con la distancia, la guerra vino después… En su momento aquello fue un motín callejero. Era chusma la que estaba en la calle. Los patriotas y los intelectuales, aquellos que teóricamente tenían que haber movido a las masas, no intervinieron. La graduación más alta militar fueron dos capitanes: Daoiz y Velarde, y porque la gente los obligó, sobre todo a Daoiz, a tomar partido. En cuanto a las partidas que se levantaron, estaban dirigidas por gente común. ¿Qué pasa? Que el franquismo anuló ese concepto y lo manipuló: vendió una sublevación dirigida por los militares heroicos, de un pueblo contra el francés. Y no fue así. Un grupo de gente se echó a la calle porque estaba cabreada, porque no quería a los franceses, por lo que fuera: no querían que el francés le tomara el vino gratis en el bar, le dijera cumplidos a su novia o se quedara con la mejor casa de la posada. Estaban cabreados. Fue un día de cólera, un día de furia, A se echó la gente a la calle y nada más. Los mismos protagonistas pensaban que aquello no iba a ir a más. Cuando terminó aquella noche y hubo fusilamientos y represión, todo el mundo daba por supuesto que aquello se había terminado, que se había acabado con el motín. No sabían que iba a generar lo que generó.
AM: ¿Cambió la historia española?
A.PR.: Completamente. Quienes cambiaron nuestra historia fueron cuatro albañiles, dos carniceros, un carpintero, dos cocheros y dos mozos de mesón. Los demás fueron a remolque de ellos. Lo que sorprende es el coraje con el que se baten. Espanta, cuando ves las cifras de muertos y las relaciones de los combates, la dureza con la que esa gente se echa a la calle a pelear contra los franceses, por un rey, por una patria, por ideas muy vagas. Los ideólogos se quedaron en sus casas. Hubo un poco de conspiración previa, pero el chispazo fue natural, espontáneo, fue gente furiosa que se echó a la calle a pelear.
AM: El título del libro estaba claro en cuanto vio cómo fue, ¿no?
A.PR.: Es que el Dos de Mayo no fue un movimiento patriótico, una sublevación nacional. Fue un día de cabreo. Madrileños furiosos contra franceses que estaban en la ciudad. Y eso después generó otras cosas. Pero me ha interesado el fenómeno social, quién combate y por qué. Por eso la novela está llena de nombres, calculo que hay unos 350 personajes. Todos auténticos, porque utilicé las listas de muertos y de heridos y con ellos reconstruí los hechos. Se van formando grupos en las calles: unos son masacrados inmediatamente, otros duran más tiempo, algunos van al parque de Monteleón con armas y se meten allí con los artilleros… pero no hay ninguna coordinación. Son cuatro tíos, y sobre todo mujeres, hay muchas mujeres en las calles.
AM: Por encima hay un narrador que casi podemos decir que es un corresponsal de guerra que lo está viendo en directo, desde muchos sitios distintos.
A.PR.: He intentado aplicar una técnica fría. Es decir, no tener adjetivos, no hablar de héroe ni de gloria ni de terrible, no usar adjetivos que perturbasen la fría realidad de los hechos. He querido contar sin aspavientos el degüello del francés, la carga de los coraceros… Como un reportaje. Además, es cronológico. Empieza a las ocho de la mañana, en Palacio, y termina a las cuatro de la mañana con los fusilamientos de la montaña del Príncipe Pío. Esa jornada la voy contando por barrios, por gentes, por partidas que combatían, siempre intentando no magnificar nada. De pequeño recuerdo la glorificación excesiva, la enorme carga ideológica que nos metían con el Dos de Mayo, y es una fi esta magnífica, que conviene recordar, socialmente muy interesante, pero quería despojarla de ese argumento patriotero y manipulador. Quería contar hechos desnudos. Es una especie de reportaje cronológico.
AM: Pero es una novela, ¿no?
A.PR.: Sí, pero es menos novela que libro de historia. Ni quiero ni puedo quitarles el sitio a los historiadores, pero es un libro de historia, un libro reportaje donde he novelado aquellos elementos en los que no disponía del dato histórico. La trama, los personajes y las situaciones son reales. Todo es auténtico, riguroso. La invención puede ser un 25%, y nadie puede discutirme que fuera o no fuera así. Pudo ser así. Ha sido una experiencia muy interesante. Había hecho novelas históricas antes, de hecho, los Alatriste son novelas históricas, y Cabo Trafalgar, pero nunca había hecho una novela donde hubiese tantos elementos diferentes, tantos personajes que coordinar en un trazado urbano para que todas las acciones se fuesen coordinando y el lector pudiese seguirlas. Ha requerido un trabajo de ingeniera narrativa muy complejo.
AM: Y también ha requerido un trabajo amplísimo de documentación. ¿Quizá sea su novela más exhaustiva en ese aspecto?
A.PR.: Posiblemente lo sea. Esta vez ha sido en dos años y medio, con una dosis enorme de documentación. A la historia del siglo XVIII y XIX la conozco bien, tengo una buena biblioteca; salvo algún documento que no tenía, he partido de libros de mi biblioteca. Este trabajo ha sido apasionante. He aprendido muchísimo. Sobre todo, sobre el carácter de la gente. Ahora entiendo. Yo antes admiraba el Dos de Mayo como hecho histórico, ahora lo comprendo, y no tenía tanto mérito, es lógico lo que ocurrió: cuando a alguien le tocan mucho tiempo las narices al final se cabrea. Pues eso pasó. Las revoluciones siempre las hace el pueblo, los que no tienen nada que perder. Y esto fue una revolución, que duró un día.
AM: Sucedió hace doscientos años, pero puede pasar ahora mismo, y de hecho pasa en otros lugares del mundo.
A.PR.: De hecho, yo he visto situaciones similares. Llegué a Bucarest el día de la revolución, cuando la caída de Ceaucescu; era una situación parecida: la gente humilde en la calle peleando y la burguesía esperando a que todo pasara. Quien se echa a la calle es aquel que tiene algo que ganar y poco que perder, o que tiene cuentas pendientes que ajustar. Es fascinante cómo un movimiento de cólera, un cabreo colectivo, puede dar lugar a un acontecimiento de unas consecuencias tan trascendentes para la historia de España, y para la de Europa también.
AM: ¿Y si luego dicen que esta novela es belicista y patriotera? Usted no suele dejar a nadie indiferente.
A.PR.: Lo sé, pero es un hecho que está allí, que se manipuló de una manera excesiva. Nos lo contaminó el franquismo, y desde el día siguiente al Dos de Mayo se empieza a manipular esa fecha. Vuelvo atrás: vamos a olvidarnos de toda esta carga ideológica. Quiero que el lector, al ver lo que ocurrió, entienda, asuma y saque sus propias conclusiones. En ningún momento lo planteo como una hazaña. Es más, insisto, no fue una hazaña.
AM: El libro está lleno de retratos, con sus luces y sus sombras. Los “héroes” dudan al principio, por ejemplo, y también vemos cómo los afrancesados examinan la situación.
A.PR.: El Dos de Mayo también alumbra un drama terrible: la tragedia de la inteligencia. La gente culta, con luces, ilustrada, que admiraba la Revolución francesa, que buscaba razón y progreso, de pronto se encuentra ante un dilema: o estás con el enemigo, que son los que traen esas ideas; o estás con tu gente, que están defendiendo la monarquía, los curas, el oscurantismo. La gente honrada no tenía elección: tenías que elegir a tus compatriotas, por supuesto.
AM: ¿Dónde hubiese estado ese día Arturo Pérez-Reverte?
A.PR.: Muchas veces, escribiendo este libro, me he planteado dónde habría estado, si peleando o en mi casa, mirando, o apoyando a los franceses… Lo que pasa es que ya soy incapaz de tomar esa decisión, porque estoy demasiado contaminado por la Historia. Sé lo que vino después. Sé que vino Fernando VII: una represión brutal, los liberales fueron masacrados, encarcelados y perseguidos. Sé que eso nos cerró el paso al progreso y la cultura. Sé que todavía hoy estamos pagando el precio de aquella guerra. Sé que esa jornada, patrióticamente importante, fue cultural e ideológicamente nefasta. Como sé todo eso ya no tengo la libertad de juicio suficiente para poder decir habría estado aquí o allá. Sí que puedo decir que me alegro mucho de no haber estado allí.
A.PR.: Son dos cosas distintas. Cabo Trafalgar era un intento por contar la batalla, con un lenguaje distinto. Aquí los hechos son tan fuertes, es tan importante acercarse a lo que está ocurriendo, que no he querido alterar la actitud del lector ni siquiera con el lenguaje. Es lo más frío, aséptico y distante posible. No sé lo que voy a escribir.
AM: Ha dicho que un escritor siempre escribe la misma novela. ¿Un día de cólera es tan heredera de los Alatriste y Cabo Trafalgar como de El pintor de batallas?
A.PR.: Todas mis novelas tienen un aire de familia. Yo voy cambiando y todo se va moviendo conmigo, cambian los puntos de vista, los enfoques, pero el territorio narrativo es el mismo. Hay temas que me preocupan desde niño, como lector, como ser humano, y esos temas van apareciendo en mis novelas.
AM: Hay rutas guiadas del Madrid de Alatriste. ¿Se podrían hacer rutas del Madrid de Un día de cólera, del Dos de Mayo?
A.PR.: Sí, aunque ha cambiado bastante y muchos lugares ya no están, aún es posible hacerlo. Además, la novela lleva un mapa que permite al lector reconocer los sitios y moverse por la calle. Hay lugares concretos que permanecen, como la puerta del Sol, el palacio de Oriente, la plaza de Malasaña, donde está Monteleón, la plaza Mayor… Hay una forma muy buena de gozar con la literatura y con la historia, y con todo lo que son los libros, que es llevarlos a la calle, a la vida
normal. Se puede recorrer las calles del Dos de Mayo para captar el rumor, todavía.
AM: ¿Qué pretende con este libro?
A.PR.: Más que nada que la historia sea útil. Y lo es cuando das los elementos naturales y reales para que el lector inteligente extraiga conclusiones y consecuencias. Yo proporciono material. Esto ocurrió. Así pasó. No hay juicios. No hay héroes. No hay tambores ni trompetas ni fanfarrias. Hay hechos. Esto pasó. Lo que pasa es que soy novelista, no historiador, y le doy la forma de una novela. Quiero que el lector corra con el aliento de los caballos franceses a la espalda, que se meta en las fachadas de las casas, que el lector se sienta solidario de un grupo que está con él, o se sienta repelido por otro. Que el lector sienta, que esté allí. Y eso no es historia. Eso es otra cosa. Es un libro para narrar lo que pasó. Los análisis corresponden a otros.
AM: ¿Y puede ser un punto de partida para comprender los últimos siglos de nuestra historia?
A.PR.: Eso he intentado. En el libro hay claves que valen para después. Claves que he descubierto, no es que vaya de profesor. Cuando escribía fui comprendiendo cosas que pasaron después: el porqué de la reacción absolutista, por qué la gente luego apoyó al rey contra los liberales; por qué el siglo XIX fue como fue, por qué se cortó la esperanza de una revolución de verdad, ideológica, que nos cambiara y nos pusiera al día… En esas pequeñas historias del zapatero, del carpintero, del albañil, de esa gente ruda y humilde, y sencilla y al mismo tiempo cruel y muy bruta, al mismo tiempo entrañable y deleznable, que somos los españoles, con su navaja y su manera de pelear, uno se da cuenta de que están los gérmenes, las explicaciones de muchas cosas: de la guerra civil española, de la guerra carlista, del liberalismo, conservadurismo, de la reacción… Doscientos años de historia posterior quedan claramente condicionados por esas veinticuatro horas terribles y apasionantes que vivió España, Madrid, el Dos de Mayo de 1808.